El proyecto que rescata a los olvidados del sistema escolar


Uno de ellos es Héctor, quien hoy tiene 17 años y cuyo padre jamás lo autorizó para asistir a la escuela. Habla poco y le cuesta pronunciar algunas palabras. Hasta ahora, pasaba prácticamente todo el día frente al televisor. A partir de marzo, comparte la sala de clases con Kevin, de 14, quien llegó hasta séptimo, y con Daniel, de 19 años, quien llegó hasta sexto básico y luego se dedicó a trabajar como ayudante en construcciones. La queja de todos es la misma. "En el colegio enseñan una vez la materia y es sólo para los que aprenden altiro". Sin embargo, si se les pregunta si quieren volver, todos contestan, sin pensar, que sí. "Estos niños parecen rebeldes, pero en el fondo, a todos les gustaría volver a usar uniforme", dice Angela Martínez, coordinadora del programa.

Al final, son como cualquier adolescente. Las primeras frases con una persona extraña son cortantes y frías y luego se despiden con besos y abrazos. Sin embargo, están muy dolidos con el sistema: según los focus group que se realizan periódicamente, los niños se sienten culpables por no encajar en el sistema y les duele que los profesores sólo presten atención a los mejores alumnos.

En Puente Alto existen cuatro casas de estudio. El sistema comenzó funcionando en campamentos y la lógica es insertarse en el barrio donde viven los niños, no que ellos tengan que salir de su realidad para ir a clases. Por eso, arriendan una casa y la acondicionan con una pizarra blanca en el living, mientras que los dormitorios se transforman en oficinas y el matrimonial, en biblioteca. Cada casa recibe entre 20 y 30 niños y adolescentes.

El proyecto se financia con fondos municipales y sus encargados se las arreglan con lo que pueden conseguir: donaciones de libros, colectas para comprar café y té, aportes de los mismos profesores. Y todos cuidan el lugar. "Una vez, un niño puso los pies en la pared. De atrás se escuchó :'¿Tú pintaste la pared en el verano? Yo lo hice, así que saca las patas de ahí'", cuenta Patricio Ortiz, uno de los profesores.

En cada casa hay dos educadores. Ellos son los encargados de mantener el orden y hacer las clases de cinco materias (lenguaje, matemáticas, ciencias sociales, naturales e inglés). Además de la contención emocional que muchas veces estos niños necesitan. "Todos los que llegan son un caso aparte. Ayer vino una niña de 14 años a pedir que la ayudemos con sus exámenes libres, porque no quiere volver a repetir el séptimo, pero sus padres no quieren que siga estudiando", dice Ortiz.

Los niños y adolescentes que llegan a las casas de estudio llevan desde un año hasta cinco años fuera del colegio. Las mayores deserciones se producen en cuarto básico y en segundo medio. Según Rosa Valdés, directora del área de atención de menores del municipio, en Chile cada año desertan unos 20 mil niños. En Puente Alto, son nueve mil. Ellos atienden a unos 80. Al principio, los miembros del proyecto perseguían a los jóvenes para que participaran. Ahora que las casas son conocidas, muchas veces llegan solos o invitados por amigos. El trabajo parte desde lo más básico: hábitos como alimentarse bien o respetar las cosas de la comunidad. Luego se desarrollan habilidades sociales, como el manejo de la ira. Después se pasa a la enseñanza de las materias. "Antes de aprender a leer hay que aprender a tener amigos. En la educación formal no hay tiempo para trabajar esto y por eso no todos los niños caben en ella", dice Valdés.

Si es posible, se contacta a la familia para buscar su apoyo. Y si los niños viven solos, se les enseña a reforzar su autonomía. El equipo recuerda el caso de un niño que vivía solo desde los siete años, durmiendo en casas de amigos. Hoy, vive con una hermana, pero sigue solo.

"Siempre nos preguntan por resultados, pero nosotros no lo medimos por cuántos niños volvieron al colegio o cuántos dieron exámenes libres. Para nosotros la meta es que aprendan a administrar su realidad para ser mejores personas", dice Angela. Y los alumnos parecen tener incorporado ese mensaje. En la clase del profesor Ortiz, todos participan en resolver fracciones. "Por algo estamos acá, porque queremos mejorar y terminar nuestros estudios", dice Bryan, de 15 años.

Entre quienes trabajan con ellos, la crítica al sistema se repite. Rosa Valdés se pregunta: "¿Si el 80% de los infractores de ley son desertores, por qué no existe una preocupación país sobre el tema?". Mientras, Patricio cree que con la mayor presión de los colegios por tener buenos resultados Simce, el número de niños desertores irá en aumento. Algo que les preocupa, sobre todo porque trabajando con estos niños se han dado cuenta de lo mucho que cuesta que vuelvan a empezar.