Orgullo indígena

Ítalo Molina es el director de La Unidad, una escuela con 400 alumnos situada en Illagua Chico, que es el ejemplo más próspero de la zona. Como el resto de profesores, Ítalo se desplaza de lunes a viernes desde la ciudad de Ambato, a más de una hora de camino, para dar sus clases. No hay transporte público para acceder a esta zona de la sierra, y las camionetas descubiertas y sin asientos se hacen extremadamente frías y llevan a una quincena de personas de cuclillas en la parte trasera. Tampoco hay alojamiento para los maestros, por eso decidieron alquilar un autobús que realice el trayecto.

Éxito contra el absentismo
Ítalo no habla de la incomodidad del viaje ni de las bajas temperaturas, sino del funcionamiento de La Unidad. "Antes había alumnos que faltaban a clase, pero hablamos con las comunidades. Ya no hay absentismo escolar y algunos de los chicos ya son universitarios". El éxito, explica, radica en "el trabajo en red, con autonomía, pero coordinación" entre los diferentes poblados. Para evitar las largas caminatas de los niños en invierno, construyeron aulas más pequeñas por cada sector, en las que puede haber una veintena de alumnos.
Los chicos de La Unidad se encargan de la granja y el huerto propios. Es la forma de concienciarles de los más elementales principios ecológicos y de la necesidad de tener una alimentación rica y variada, luchando así contra la desnutrición. Producen maíz, zanahorias, lechuga, col, remolacha, nabo y papas, además de un producto atípico en la sierra, las fresas, para lo que han ideado un invernadero. Con el fin de que los niños sigan en casa lo aprendido en la escuela, les regalan hojas y raíces para que las familias también se beneficien de los cultivos.
Con la granja consiguen parte de su financiación. Compran cerdos a 70 dólares , los engordan con sus productos naturales y los venden por 140 dólares . También tienen conejos y cuyes (cobayas). Para enriquecer la economía doméstica, entregan dos cuyes a los alumnos, que los devolverán a la escuela cuando se han reproducido.
Los proyectos futuros son varios, desde el intercambio con estudiantes rurales de otros países hasta más y mejores computadores, pasando por lograr que camiones del municipio vengan a buscar los vidrios, papeles y plásticos que reciclan. "Seguimos separándolos, pero nos dicen que estamos muy lejos. Si no nos ayudan, la gente seguirá tirándolo todo a la montaña", lamenta Ítalo.

Faltan dentistas
Juan Pandashina es el encargado del centro de salud, ubicado en la escuela a la espera de un local mayor. Cada familia paga medio dólar al mes por este servicio y otros 50 centavos por visita. Cuatro profesionales se encargan del centro y, a su vez, organizan brigadas médicas a las comunidades. El problema más urgente es que no hay dentistas y la población se preocupa poco por la higiene bucal, pero "no hay financiación". También carecen de oculistas, pero recientemente lograron un convenio con una oenegé para hacer revisiones oculares. Juan sabe que los aborígenes confían más en remedios caseros que en productos farmacéuticos, pero no se les permite recetar hierbas. Por ello tienen pendiente un estudio sobre las propiedades curativas de sus plantas, para que estén legalmente reconocidas por algún organismo internacional. Es una iniciativa "ambiciosa" para la que, asegura, "no hay prisa".
Pablo Maiza es uno de los líderes del sector de La Ondonada. Señala plantas y árboles de lo más exóticos, con nombres imposibles de reproducir. Sabe para qué sirven cada uno y los siente muy suyos, rozando lo patriótico. Su mayor preocupación es cómo conseguir más fondos para la continuidad de las diferentes iniciativas.