Sr. Joaquín Lavín, Ministro de Educación,


Sin embargo, he visto que a este hecho han seguido medidas que, en su mayoría, me preocupan y generan desesperanza respecto de la posibilidad de que los cambios que nuestra educación – de forma urgente – necesita. De todas estas medidas, es la última en ser anunciada aquella que más me preocupa. Expongo a usted los puntos que justifican esta preocupación:

En primer lugar, priorizar una reforma en cantidad de horas, antes de abordar problemas de calidad de las mismas, confirma mi temor de que continuemos en un camino, ya muy habitual en nuestro sistema, de creer que las soluciones están en el aumento de recursos y horas, como si ello, por sí solo, pudiese mágicamente tener un efecto en la calidad de los aprendizajes.

Segundo, considero muy lamentable que se siga fomentando una visión que otorgue mayor importancia a ciertos subsectores por sobre otros, como si el aprendizaje no fuese algo dinámico, integral y que atraviesa todos los ámbitos del saber y el actuar del ser humano y que es, justamente, la capacidad de adaptarse y comprender los contextos en que se está inmerso, aplicando las distintas habilidades (que son transversales a todos los subsectores) y conocimientos, de acuerdo a los desafíos que se presentan, aquello que debiera ser nuestro objetivo al educar.

Tercero, poner la historia en una escala de prioridades tan baja, es muy elocuente del tipo de sociedad a la que se apunta. Toda vida, toda sociedad, toda interacción humana ocurre en un contexto, que es cíclico y que no puede desentenderse de su origen. Comprendo que existe un afán de focalizarse en el presente, de mirar hacia el futuro, de crecer, pero, le pregunto, ¿puede existir crecimiento, avance, desarrollo y construcción de futuro sin memoria, si análisis, sin crítica y sin identidad? ¿No es acaso el futuro parte de la misma historia que viene forjándose desde el pasado?

Cuarto, y, a mi juicio, fundamental: me pregunto dónde están los educadores en la toma de estas decisiones. Un buen educador sabría que la comprensión lectora, por ejemplo, no mejora sólo en una clase de lenguaje, sino que es un proceso que abarca todo lo que se aprende. Y sabría que, mediado e intencionado por un buen docente, se fortalece y enriquece, especialmente, en aquellos contextos en que se demanda análisis crítico, establecimiento de relaciones espacio-temporales, pensamiento hipotético, discurso argumentativo, habilidad de concluir e inferir y capacidad de crear una nueva opinión, construida desde las bases de información previa y con significado. ¿Qué podría ser más significativo y propicio para este tipo de desarrollo de habilidades, que el análisis, discusión, lectura y conocimiento nuestra historia?

Quinto, y último; necesitamos garantizar calidad antes de aplicar cualquier reforma que contemple otros factores. Es necesario mejorar la formación docente, fiscalizar, regular y mejorar la calidad de muchos docentes en ejercicio, para evitar que siga ocurriendo algo de lo que, creo, estamos todos al tanto: muchas horas de malas clases, que tienen como consecuencias, entre otras, desmotivación y deserción escolar, bloqueo cognitivo producido por relaciones hostiles entre estudiantes y profesores, potenciales y habilidades innatas que terminan por atrofiarse de forma gradual ante una enseñanza mediocre y egresados del sistema escolar que no alcanzan siquiera el mínimo de habilidades y conocimientos para desempeñarse de forma exitosa en cualquier contexto que involucre desafíos cognitivos básicos.

Espero, de todo corazón, que sea la verdadera preocupación por mejorar la calidad de la educación, para todos, y de forma integral, lo que motive las decisiones y acciones de este ministerio y que reflexionen seriamente sobre lo perjudicial que puede llegar a ser esta medida si no se trabaja primero, y con todos los recursos humanos y materiales posibles, en los problemas de fondo.

Muy atentamente,

Claudia García Gómez

Profesora General Básica, Menciones Lenguaje y Comunicación e Inglés