Educar en la Era Planetaria

Es un esfuerzo por formar e informar sobre lo que las personas ebemos saber para el desarrollo continuo de la raza humana, por lo que responde a una necesidad ocial, política y, desde luego, antropológica.
Toda educación parte de una concepción más o menos clara de lo que es la persona humana o,
mejor dicho, de lo que debería ser. ¿Cómo educar hoy, en la era planetaria en la que vivimos?
Edgar Morin, Roger Ciurana y Raúl Domingo Motta, en su libro Educar en la era planetaria, publicado en 2002 por la Unesco y la Universidad de Valladolid, nos plantean algunos puntos
que pueden ayudar a responder de manera persona y colectiva esa pregunta.
La palabra educación, del latín educare, llevar a buen puerto, nos hace pensar que la educación
se asemeja más a un andar permanente que a un estado fijo; implica dinamismo y creatividad. También
consiste en transmitir algo y, sin duda, en una manera de transmitirlo; no hay, pues, educación
sin un camino por recorrer, sin un método. Este camino que se recorre, que se crea y nos
recrea, es el que quizá nos pueda llevar a buen puerto. Para educar en la era planetaria, al decir
de Morin, Ciurana y Motta, se requiere formar hombres y mujeres pensantes, cabezas bien hechas
para hacer frente a las zozobras del altamar existencial, social y político. Educar, en la era
planetaria, nos ha de llevar a asumir la realidad toda, a abrazarla desde las diversas dimensiones,
disciplinas y ciencias, con el fin de evitar todo tipo de dicotomías. La educación conduce a un aprendizaje
caracterizado por la búsqueda constante, afirman los autores, sabiendo que la verdad a la
que se llega se vuelve punto de partida. Hay que educar con criticidad a fin de no caer en el absolutismo,
recomiendan. Toda educación seria nos impele a reflexionar, a pensar el mundo para descubrir
su diversidad, para sentir que la verdad no es eterna sino frágil, plural y en permanente construcción.
La razón sabe que para indagar la verdad necesita las alas de la imaginación, la lucidez
de la intuición y la viveza y desnudez del sentimiento.
Si la educación, según el autor de El hombre y la muerte, responde a un ideal de ser humano que
se quiere lograr en la sociedad, el acto de aprendizaje se ciñe siempre a un tiempo y un espacio.
Toda educación está, pues, condicionada por el entorno que la vio nacer. En esta línea, Gaston
Bachelard afirma: “Todo discurso del método es un discurso de circunstancias, y todo aprendizaje
se da dentro de un tiempo y lugar determinados, y en relación con otros”. El método es, según
Morin, el caminar que nos permite conocer el camino, el conocer que nos permite conocer el conocimiento.
Si todo discurso del método es un discurso de circunstancias, retomando a Bachelard, las circunstancias
del mundo actual obligan y convocan a un nuevo planteamiento educativo que nos ayude
a posicionarnos de manera razonada, lúcida frente a la totalidad de lo real. Esta propuesta educativa
intenta lanzarnos a buscar la verdad, la luz, sabiendo que toda luz produce su propia sombra.
Para Morin, educarnos desde la exigencia cartesiana, desde la criticidad, que nos susurran que
todo conocimiento lleva la impronta de la incertidumbre, nos plantea nuevas preguntas sin esbozo
de respuesta. El acto de educar, en la era planetaria, según él y sus coautores, es una tarea
urgente a fin de poder combatir y erradicar el absolutismo y el dogmatismo, disfrazados muchas
veces de verdad.
Bajo esta perspectiva, el acto de enseñar es de vital importancia para la humanidad. Porque es a
través del conocimiento transmitido que podemos humanizarnos unos a otros, ya que la enseñanza,
además de transmitir, crea lazos intersubjetivos con otras conciencias, nos permite aprender a pensar
sobre el objeto de nuestro pensamiento, y en eso reside su invaluable aporte a la sociedad. Es un
acto de coraje y de valentía, recordando al Savater de El valor de educar, que muchas veces no es bien
valorada por la misma sociedad. En efecto, para muchos la enseñanza se convierte en un espacio
de sobrevivencia, y de profesión para otros, y se olvida que es una tarea política por excelencia, afirman
los autores. Se entiende por política no solamente la competencia partidista por el poder sino
el interés que se ha de mostrar —a través de la participación y de la toma de conciencia— por
los asuntos de índole común, es decir, por los temas que atañen a todos los habitantes de la polis.
Otra razón por la que es una tarea política es que la educación planetaria, sostienen, lleva no sólo a
tomar conciencia de lo que pasa en la sociedad sino a tener cuidado de la misma, a sentirse responsable
de ella.
Por lo tanto, ese modelo de educación busca formar personas muy bien preparadas, con una
capacidad de pensar la vida, y de vivir el pensamiento. Para tal fin se necesitan la competencia y
la técnica, pero también el arte, cree el autor de Introducción a una política del hombre. En suma,
educar es un acto de amor hacia lo humano, hacia la vida toda; es un acto en el que se invita, retomando
a Shakespeare, a mamar la leche de la humana ternura. Asimismo, constituye un esfuerzo humano
valioso porque rescata al ser humano de las garras de la fatalidad.
En este sentido, podemos afirmar que no hay verdadera enseñanza sin amor a esa tarea política
y a los alumnos; de lo contrario se convierte en una vil repetición que no despierta la curiosidad y
mutila la imaginación y la creatividad. El acto de enseñar es un don y una tarea; don porque permite
ser partícipe en la construcción de los hombres y las mujeres que requiere nuestra sociedad, en
este caso es un privilegio. Es también una tarea porque los maestros hemos de asumirla con alta
responsabilidad amorosa. Sin amor solamente habrá una carrera que cursar para ganar dinero,
sin amor habrá sólo materias que impartir para sobrevivir. Pero no podemos olvidar, y es la certeza
de Morin, que el acto de educar implica un arte y un verdader amor; el amor despierta la creatividad,
y ésta nos vuelve artistas. Amor creativo o creatividad amorosa son palabras que acuña, igual
que ayer, toda educación verdadera, más aún en esta era planetaria.