“Siempre es posible ponerse de pie”


Es profesora de Lenguaje y enseña en una escuela de jóvenes con más de tres años de atraso en los estudios, en los Talleres Prevocacionales del Hogar de Cristo de La Granja. La escuela pertenece a la Fundación Padre Alvaro Lavín y, como tal, está asociado a Fe y Alegría. La realidad del colegio no es fácil. Pero Jacqueline no tiene dudas de que siempre es posible que toda persona salga adelante.  “Siempre se puede”, dice convencida y su propia historia así lo avala...

Hace años, cuando Jacqueline Muñoz egresó del colegio, su hermano mayor estudiaba diseño gráfico y el presupuesto familiar no alcanzaba para que ella también siguiera estudios superiores.  Siguiendo el consejo de su madre de que estudiara peluquería para luego poder trabajar y estudiar, tras un año Jacqueline ya cortaba teñía y peinaba con gran destreza.

En eso estaba cuando una amiga le habló de la posibilidad de participar en unos talleres de Cefocal. Sin dudarlo dos veces Jacqueline comenzó a compartir sus conocimientos con jóvenes en riesgo social, hasta desembarcar en el proyecto de su actual escuela.

Allí el director, Miguel Almendras, le habló de la posibilidad de ir a la universidad y seguir la carrera de pedagogía.

- Me pidió sacar el título de profesora; vas a la universidad de Los Lagos para sacar el título, me dijo.  Y fui. No fue fácil pero pude hacerlo y eso me sirvió mucho para lo que hago ahora. Fueron cuatro años de mucho esfuerzo.

Convertida en profesora de lenguaje, hoy ejerce además como profesora jefe del cuarto nivel (lo que equivale a 7 y 8) y profesora ayudante de UTP del colegio. Pero el corazón del trabajo de Jacqueline, como el de toda la escuela, está en acompañar el proceso de re-inserción de estudiantes con varios años de atraso escolar y en irradiar confianza en sus propias capacidades.
 
“Todo nuestro trabajo se enfoca a que hagan conciencia de que a pesar del medio que los vulnera todos los días, ellos pueden más porque son inteligentes y buenas personas”.

- La gran mayoría deserta porque el proceso escolar y el entorno se preocupa mucho de que el alumno avance desde los contenidos; que todo el curso vaya planito… desertan porque son inquietos, porque tienen déficit atencional, son intermitentes, dejan de ir al colegio porque muchas veces allí los ridiculizan y nadie los estimula.

En su colegio en cambio el acercamiento a ellos es totalmente distinto, explica. “Aquí nadie ridiculiza a nadie. Si alguien falta cuando vuelve lo acogemos y le decimos ahí está su carpeta esperándolo…”

Para lograr mantener a sus alumnos en clases, muchas veces deben ir a buscarlos a sus casas. Los esperamos y ellos se sienten acompañados; “aún cuando se hayan equivocado”, subraya convencida.

Gracias a eso, cuenta “hemos logrado cambios fantásticos” ¿Lo más importante? “que los  hemos hecho conscientes de que están aquí por algo; de que tienen que hacer algo en la vida… No importa cuán negativo haya sido lo que han vivido, siempre se puede volver a empezar”.

Incluso cuando un menor delinque. La mayoría de esos niños, dice, son pobres, son niños violentados, niños solos y con miedo. “Nadie que está en riesgo social está contento con su situación y menos si ha caído en la droga o la delincuencia”.  Esos jóvenes, subraya, “son personas tristes que hay que ayudar a que vuelvan a pararse frente a una realidad cada vez más exigente y tengan herramientas para salir adelante”:

- Aquí nosotros les decimos a nuestros niños: si tu fuiste capaz de soportar embates… desde ahí te puedes volver a levantar; los hacemos tener confianza en sí mismos en que tienen la fuerza para partir de nuevo, para volver a ponerse de pie