7-Andamio Número siete: Aprendiendo a Des - aprender

 

Aprender a desaprender supone deponer las armas del entendimiento seguro. Hacer de la precisión un estorbo y del extravío una manera de vivir. Si en el más intimo ser de lo filosófico lo que sobrevive es el amor a la búsqueda del conocimiento, ella se encuentra inserta en todas las ramas del saber perseguido por la especie humana. No es una reinsertada. Ha estado allí siempre y por ello es parte de aquellos proyectos, de aquel horizonte limitado o amplio que construimos desde la primera infancia. Por ello también es parte de la labor del enseñante de Filosofía vivir en constante riesgo de ser tildado de ambiguo, de poco conocedor de los campos del conocimiento, de elástico como un caucho, de promotor de incertidumbres. Vivir en el constante riesgo significa además asumir las responsabilidades del tiempo de Hoy. Nadar contra la corriente de las disciplinas del conocimiento, de sus milenarios límites, de sus inalterables posiciones frente a los objetos. Vivir en la incertidumbre tiene la ventaja de que siempre tendremos la razón a última hora.

 

 Ubaldina Diaz Romero




Desde nuestra mas tierna infancia el concepto aprender siempre ha estado presente. Primero es nuestra madre (o persona responsable de nuestra crianza) quien con rigurosidad nos dice  “aprende a ponerte los zapatos”;  “aprende a abrocharte la camisa”; “aprende a respetar a tus mayores”, entre otros muchos “aprende” que vamos escuchando y obedeciendo como si tratara de las máximas verdades. Luego viene la escuela y la maestra continua lo ya iniciado en nuestras casas: “aprende las tablas”, “aprende los verbos”; “aprende a ponerte de pie si entra un superior”; “aprende a que cuando un adulto habla, los niños guardan silencio”, “aprende a aprender todo”. Sin darnos cuenta y sin mucha conciencia de lo que está sucediendo en nuestros procesos cognitivos más profundos, hacemos caso y “aprendemos” todo lo que se nos está enseñando sin percatarnos que están moldeando y constituyendo una manera de ser, un mundo posible de vivir, un estilo, una forma de vida. Las escuelas, los colegios, liceos y universidades vienen a reafirmar un ejercicio que ejercen nuestros padres o personas que nos acompañan  desde nuestros primeros años de vida.

Es importante reconocer que todo lo que vivimos en los primeros años de nuestra vida constituye un aprendizaje que es determinante en nuestro hacer de adultos. Aprender es una de las primeras habilidades que desarrollamos los humanos, lo hacemos en el ámbito del conocimiento, de las conductas, actitudes y habilidades para adaptarnos a nuestro medio, a nuestro entorno, al mundo que nos rodea.

 Peter Senge dice que   “los modelos mentales son supuestos profundamente arraigados, generalizaciones, ilustraciones, imágenes o historias que influyen sobre cómo entendemos el mundo y sobre cómo actuamos en él. Operan permanentemente de forma subconsciente en nuestras vidas personales, en el ámbito laboral y en nuestras organizaciones sociales, ayudándonos a dar sentido a la realidad y a operar en ella con efectividad. Los modelos mentales condicionan todas nuestras interpretaciones y acciones. Definen, cómo percibimos, sentimos, pensamos e interactuamos”.

Los modelos mentales que tenemos de adultos se van construyendo en nuestro primer aprendizaje. Cada estímulo, cada orden, cada sugerencia, cada relación va condicionando  nuestro comportamiento y nuestro mundo posible.

Humberto Maturana diría que  los seres humanos somos biológicamente seres primariamente amorosos, y por ello somos al mismo tiempo seres primariamente éticos. Nuestra biología es nuestro punto de partida, nuestro fundamento de lo posible en nuestro vivir. Sin embargo desde ese punto de partida podemos seguir numerosos caminos diferentes que viviremos mientras ese vivir no nos mate. Más aún, vivimos un momento histórico en el que podemos hacer cualquier cosa que se nos ocurra dentro del ámbito de coherencias operacionales en que se nos ocurre. Allí está nuestra verdadera responsabilidad: cualquiera sea el mundo que vivamos será obra nuestra, y nuestro vivir surgirá siempre guiado por nuestras emociones, por nuestros deseos, nuestras preferencias, y no dará lo mismo que éstas sean la envidia, la arrogancia, la codicia, o el amar.  En otros términos, Maturana -en  nuestra interpretación- nos está diciendo que nuestro mundo posible será aquel que se nos haya mostrado y enseñado como posible desde la biología y desde la cultura.

Y es así como vamos construyendo una forma de ser que nos seguirá a nuestra vida adulta. Aprendemos conductas de otros, heredamos la cultura de otros, repetimos una y otra vez lo que hemos visto que otros hacen. Decía  Simón Rodríguez “mas se aprende de lo que se ve que de lo que se escucha” y tenia razón, aprendemos de observar otras vidas y su hacer en lo cotidiano. Lo interesante y preocupante es que cuando llegamos a una edad mas avanzada  (infancia superior, juventud y vida adulta) estas enseñanzas no siempre son reflejo de conductas a las que quisiéramos darle continuidad. Esto es en el caso que tengamos la suerte de acercarnos a los que la psicología llama “ el darse cuenta”. Cuando nuestro consciente fluye dinámicamente para hacer cambios en nuestro hacer y pensar, estamos hablando de “darnos cuenta”, es decir, responsablemente le damos una mirada a lo aprendido y decidimos que debemos comenzar de nuevo y aprender a caminar de otra manera. A esto llamamos “desaprender lo aprendido”. A la toma de conciencia de algo que aprendimos y no nos gusta, no nos expresa, no nos interpreta, no dice relación con quienes somos o queremos ser y que como resultado de este razonamiento determinamos  empezar de nuevo pero para hacer esto necesariamente necesitamos desaprender.
Podríamos aventurarnos en una definición donde desaprender significa desarrollar la capacidad de dejar a un lado lo aprendido y aprender otras formas de manera consciente e intencionada. Complementando lo anterior diríamos que cuando decimos “dejar a un lado”  no estamos hablando de olvidar aprendizajes, sino mas bien de reubicarlos, resignificarlos, darles el sitial que les corresponde  según nuestra consciente mirada y no sobre la mirada que otros nos enseñaron. Si lo llevamos a un ejemplo podríamos hablar de un hombre que aprendió que para cruzar un río debía hacerlo a nado, pero luego en el transcurrir de la vida, en el lenguajear, en el emocionar, en el intercambiar, descubre que era posible, mas rápido y mas seguro, construir un puente para cruzarlo.  Aprendió una nueva manera desaprendiendo, superando la otra. Existen otros casos en que el desaprender debiese borrar por completo el disco duro donde se almacenan algunos datos del aprendizaje inicial. Nos estamos refiriendo a todos los que aprenden a golpear, a torturar, a matar, a dañar física o psicológicamente, a caminar por la vida destruyendo. Ejemplificándolo podríamos hablar de una mujer que aprendió que a los hijos se les golpea para que aprendan (seguramente, así lo hicieron con ella). En su edad adulta tiene hijos y descubre con tristeza que había una forma distinta de enseñar y era posible hacerlo sin golpes de por medio. La mujer que tenia los golpes como método primero en su red de comportamientos puede entonces reubicar el aprendizaje dejando el antiguo en el “ouk topos” (οὐ τόπος) de los griegos,  un lugar  que es un no-lugar, un fuera de lugar, algo parecido a lo inconcebible dentro de su hacer cotidiano. Para ella ya no existe, simplemente no es. No lo olvidó, no lo sacó de su vida, no lo incineró, lo que hizo fue resignificarlo a favor de su propia humanidad y desarrollo ético de vida en convivencia pacifica y consecuente con los principios de  respetar al otro como un legítimo otro

En relación a desaprender en el mundo escolar citaremos a Humberto Maturana en una entrevista dada en Buenos Aires donde se le pregunta por el contexto escolar y las maneras de educar en relación al hacer adulto, él dice:

“...frente a la pregunta Yo diría que aquello de lo que hay que hacerse cargo al educar, es de crear un espacio de convivencia con el niño, en el que el sea tan legitimo como el maestro o la maestra. El niño se transformara en su convivencia conmigo según la legitimidad que yo le de a su convivir conmigo. Si soy intransigente, el niño aprenderá a ser intransigente; si soy generoso, el niño aprenderá a ser generoso; si soy cuidadoso en lo que hago, el niño aprenderá a ser cuidadoso en su quehacer; si soy chabacano el niño aprenderá a ser chabacano. Y esto lo aprenderá no como algo externo sino como un modo de ser en el vivir. No es el ejemplo como un quehacer ajeno, lo que educa, sino que la participación en el quehacer que se aprende. El niño danza con el educador en el vivir. Si un niño al salir del colegio es un niño agresivo y peleador, quiere decir que ha vivido en un espacio en el cual la agresividad y la pelea son legitimas. Eso no quiere decir que el profesor ha estado diciendo que es legitimo pelear o ser agresivo, basta con que en el espacio de vivir que el o ella configura en todas sus sutilezas sea legitima la pelea o la agresión. En términos generales podemos decir que uno aprende el mundo que uno vive con el otro”.

El mundo escolar durante décadas ha validado un paradigma de aprendizaje y adquisición del conocimiento a través de la repetición de contenidos y/o conductas. La misión fue que los alumnos aprendieran y el aprendizaje se entendió como la memorización de contenidos y repetición de conductas que otros pensaban y querían para nosotros. Es decir, unos tenían la verdad y esa verdad era transmitida a través de las distintas disciplinas académicas y los alumnos debían escuchar, memorizar y repetir. La repetición de lo aprendido era la única manera de saber si el proceso de enseñanza aprendizaje había tenido éxito. Y esta manera de entender la educación y la adquisición del conocimiento se fue perpetuando y aceptando como la única forma de “aprender”. Paralelo al aprendizaje curricular estaban las conductas de los docentes que también eran aprendidas (recordemos a Simón Rodríguez).

Pero la vida es movimiento y al igual que los planetas, soles y sistemas solares, todo gira y se transforma. También giran y evolucionan las grandes verdades y lo que ayer era cierto puede dejar de serlo y sumarse a los listados de viejos paradigmas. Eso ha sucedido también en la educación. Por suerte para la humanidad y para cada humano representado en ella hubo personas que comenzaron a sentir y a descubrir que habían mas verdades mas allá de las verdades. Que la historia tenia distintas caras y que el mundo de los contenidos estáticos y únicos podían colorearse usando todas las gamas de la acuarela constructivista. Se abrió una ventana que dio paso a una suave brisa de una forma de aprender que no estaba ligada a la repetición y a la memorización como modo exclusivo de la adquisición del  conocimiento. Se abrieron puertas y ventanales que dejaron entrar en caravana los primeros ladrillos  que darían inicio a un nuevo modelo, a una nueva forma de aprender. Se tomó el concepto respetando lo construido por otros. No se destruyó ni se invalidó un estadio sin considerar lo necesario que fue en el proceso que desemboca en el presente.  Y una vez mas - también en forma paralela- se abrieron ventanales para mirar con detención y sabiduría ética las conductas aprendidas de nuestros maestros. La gran dificultad de los aprendizajes al interior de las escuelas, colegios, universidades o centros educativos en general, ha sido la distancia entre contenido y vida. Es difícil aprender cuando no se encuentra el sentido de lo que nos dicen que memoricemos o entendamos. Es vital la funcionalidad, es fundamental la relacionaldad, es imprescindible la consecuencia, es urgente una educación con sentido. Lamentablemente llevamos una vida de aprendizajes separados de funcionalidad y sentido práctico en relación a la vida que vivimos. Existen ejemplos de escuelas rurales a las que han llegado modernos computadores en lugares en los cuales no tienen acceso a corriente eléctrica. También hay casos (y mas de los que quisiéramos) en que el profesor de filosofía nos habla de conductas éticas mientras en su comportamiento frente al curso y fuera de el, es agresivo, discriminador, violento en sus modos imperativos de usar el lenguaje y las relaciones. 

Volvamos al aprender a desaprender. Concordamos en que el aprendizaje es una experiencia que vivimos desde siempre. Que las conductas de otros, los decires de otros, las creencias de otros, van construyendo una forma de ser que nos transforma en los adultos que seremos. Que estos otros pueden ser los padres, tíos, maestros, amigos, familiares, leyes, normas sociales, cultura propia del lugar donde nacimos, imágenes, acciones que observamos, actitudes que vemos, todo lo que se mueve a nuestro alrededor. Que no necesitamos desaprender lo aprendido mientras lo aprendido no resultó ajeno a nuestro hacer. Que desaprendemos cuando sentimos la necesidad de resignificar formas que ya no concuerdan ni dicen relación con nuestro hacer, con nuestro emocionar diría Humberto Maturana. Que cuando desaprendemos lo que hacemos es resignificar. Que desarrollar la capacidad para aprender a desaprender puede modificar nuestras vidas. Que la escuela es por excelencia el lugar donde se potencia la reproducción cultural, que el sistema escolar forma en las personas un proceso de adoctrinamiento que es la base de la reproducción cultural y social. (Pierre Bourdieu. 1970), Que la responsabilidad de formador y autoridad pedagógica de los maestros genera un espacio posible de posibles aprendizajes que dan forma al  emocionar de las personas. Que aprender a desaprender nos abre una posibilidad de aprender otra vez según nuestro propio criterio y elección de querer hacer de determinada manera.

Recordemos que en la historia de la humanidad y como en ritual alquimista comenzaron a surgir desde todas las ciencias pequeños ladrillos que se fueron sumando y permitieron la construcción de un camino  por el cual hemos ido transitando. Fue así como el concepto aprender dio sus primeros pasos en esta forma de concebir la adquisición del conocimiento. La psicología, la sociología, la filosofía, la biología, la educación, entre otras ciencias, aportaron todas para hacer crecer y fortalecer esta mirada renovada de entender los procesos de enseñanza aprendizaje. La organización de la información en nuestro cerebro y las ordenes que podemos darle en el sentido de dar paso a un nuevo aprendizaje es fundamental y fantástico mediado –por supuesto- con todas las influencias externas de las cuales ya hemos hecho mención anteriormente.

Desaprender es cambiar. Es tomar un camino diferente abrigado en nuevas decisiones. Todos sabemos que no es fácil cambiar, menos aun cuando se trata de aprendizajes de toda una vida y de todos los días de esta vida. Humberto Maturana nos diría que la los humanos tenemos la condición de producirnos a nosotros mismos (autopoiesis). El biólogo chileno reconoce que modificar nuestras estructuras no es tarea fácil, que se puede lograr si factores externos inciden en nosotros y si nosotros queremos y aceptamos estas modificaciones y que de hacerlo solo nuestro yo interno puede dar la orden para que suceda y se hará desde nuestra propia estructura base. En otras palabras podríamos decir que el cambio es posible pero que para que este suceda se requiere tiempo y convencimiento que lo nuevo tiene sentido. Sin sentido es difícil que las estructuras se muevan. Cuando desaprendemos estamos moviendo y modificando una estructura. De aquí la importancia de una buena educación y prácticas de vida consecuentes en relación a una vida en el respeto. Mientras la cultura que se reproduce sea menos agresiva, invasiva y agresiva, las conductas a desaprender serán menores y no nos veremos obligados a hacer grandes cambios en la estructura base de nuestro crecimiento y hacer.

Sin embargo reconocemos que lo que se está reproduciendo culturalmente en nuestras escuelas y familias, nos sigue hablando de violencia simbólica y explícita. De una cultura discriminadora, eufemística, competidora, machista, clasista y racista. No nos gusta reconocerlo, pero al parecer es una realidad que se sigue repitiendo aunque  nuestro discurso diga lo contrario. Los gobiernos y los diferentes planes ministeriales hacen esfuerzos por revertir lo aprendido de generación en generación.  Aprender a desaprender no es tarea fácil. Es importante y necesario hablar de desaprender.

Cuando lo aprendido ha formado capas sobre nuestras vidas que son difíciles de ignorar y hacer a un lado debemos ejercitar la propuesta de desaprender. Otra definición del concepto es la disposición a dejar de lado las  verdades aprendidas. Reiteramos, cuando desaprendemos no olvidamos lo aprendido, simplemente lo situamos en otro lugar que nos permite dejarlo de lado para enfocarnos en otro punto, en otra posición, en otra estructura. Desaprender es volver sobre nuestros pasos y volver a caminar por la misma avenida pero con nuevo calzado. Este caminar debe ir cuidando cada rincón que pisamos y estar atentos a los distintos mensajes que puedan aparecer en este nuevo camino.

En educación los desaprendizajes debiesen ser un ejercicio metodológico cotidiano desde los docentes. Lo que se aprendió durante una vida a veces solo se puede modificar con otra parte importante de la vida. El accionar consecuente de los maestros de escuela, de los directores, los profesores de liceos o universidades son la herramienta principal que permite dar inicio a los desaprendizajes. Los grandes discurso sin acciones consecuentes solo perpetúan lo aprendido y no hay cambio porque no existe la posibilidad cierta de desaprender. Un director de escuela que declame la importancia de las relaciones horizontales, del trabajo en equipo, de la toma de decisiones mancomunadas y que en su accionar de todos los días ejerce relaciones verticalistas solo estará perpetuando que esa es la forma de hacer y ser y dejará sembradas las amargas semillas que luego algún adulto deberá buscar en la tierra de su vida para poner en su lugar semillas consecuentes y vivibles en convivencia.

La educación –definitivamente- puede modificar la cultura de los pueblos. Sin desaprendizaje es difícil volver a construir. Son los profesores los llamados a enseñar a desaprender  y esto solo se conseguirá mostrando un nuevo mundo posible. Si pensábamos que el conocimiento se adquiría con la memorización de contenidos entonces nuestra obligación será vivir al interior de nuestras aulas la posibilidad de adquirir conocimiento a través del teatro, del desarrollo de guías, de la aplicación de un experimento, del trabajo modular, de la discusión grupal, del análisis individual y las evaluaciones deberán ser consecuentes con esta forma de entender el aprendizaje. Entonces estaremos desaprendiendo.

Para desaprender se requiere consecuencia. Ganas de revisar las prácticas docentes y paternas – maternas. Para desaprender es necesario querer cambiar. Si las modificaciones tienen sentido porque nuestras estructuras requieren un vuelco, entonces el terreno es fértil para comenzar el ejercicio del desaprendizaje.

En este sentido el rol de las escuelas es mayor del que le hemos otorgado. Es en este espacio en que podemos – si queremos – provocar revoluciones. El curriculum tanto como las conductas y comportamiento de los docentes y directivos van moldeando un estilo, una forma, una manera, una huella a seguir, un sendero que se transforma en estructura y luego en un modo de ser y hacer.   Para todos es una verdad indiscutible que al interior de las escuelas hacemos cultura y reproducimos cultura, paradigmas, dogmas, creencias, costumbres.  Otra gran realidad es que la familia y el entorno en que nacemos y somos criados es definitorio en el adulto que seremos. La forma de hablar de nuestros padres o tutores,  la estimulación que recibamos, lo que veamos, lo que escuchemos, lo que sintamos van construyendo las capas que darán forma a la vida que tendremos.

Podríamos concluir que somos lo que aprendemos y podemos ser lo que decidamos desaprender para aprender a ser otra vez en el hacer de todos los días. 

En este sentido nos atrevemos a plantear a modo concluyente que aprender a desaprender no es un ejercicio al que debiésemos aspirar porque supone un camino a desandar.  Tendríamos que poner todo nuestro esfuerzo humano y pedagógico para formar a los bebes y luego a los escolares en un mundo exento de la  violencia hacia los otros y de las frivolidades de la competencia,  cualquiera sea su forma y presentación.

Se desaprende cuando necesitamos resignificar nuestros aprendizajes, pero si estos últimos han sido formados en el significado apropiado para una convivencia de respeto en el otro y en nosotros mismos, esconces aprender a desaprender solo será un tema teórico para argumentar lo que haríamos si el mundo de la crianza primera y escolaridad estuviera fuera de los márgenes de la humanización.

 
Bibliografía

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