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Un poco de Aldea

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Por:Fernando Paulsen
 
Hubo una época en que los discursos sobre educación estaban llenos de épica, entusiasmo y voluntad. Por buenas razones. ¿Dónde más encontrar las bases de la esperanza de un futuro mejor si no era en la calidad educacional de nuestros hijos? El sociólogo estadounidense, Neil Postman, enfatizaba esta idea cuando señaló: "Nuestros hijos son los mensajes vivos que enviamos a una época que no podremos ver". Chile eligió presidentes en el pasado inspirado en sus promesas de construir escuelas y entregar educación para todos. Sin embargo, los dos últimos mandatarios, de distinto signo político, no priorizaron en sus campañas cambios profundos al sistema educativo. Si el tema fue puesto en la agenda, una vez instalados en La Moneda, no fue por gusto propio, sino porque movilizaciones de secundarios -el 2006- y de todos los estamentos educativos, hoy, forzaron en las calles la instalación de la educación como un cambio estructural pendiente e impostergable.
 
El actual sistema económico neoliberal globalizado tolera -sin mayores traumas por ahora- enormes tasas de ignorancia y mala educación. Lo que no acepta son niveles bajos de consumo y de consumidores. Depende del consumo de la gente, no de su buena educación. De hecho ambos conceptos, el consumismo y la educación de calidad, podrían ser hasta incompatibles para los intereses del sistema. Hacer análisis con mejores instrumentos técnicos, saber calcular intereses o traer a valor presente algunas opciones futuras, entender las enseñanzas de la historia, practicar valores aprendidos de la filosofía, la sicología y las ciencias puede potenciar un uso más racional de los recursos económicos, que es exactamente lo que se busca evitar por los agentes comunicacionales del sistema económico: la publicidad masiva y el lobby a la autoridad.
 
Lo anterior no es cosa de hoy ni está reducido a burócratas sin pergaminos. El más grande de todos, en los albores de la civilidad republicana, Andrés Bello, citado en el libro "Se acabó el recreo", de Mario Waissbluth, sintetizaba en una frase la utilidad de una educación masiva: "El círculo de conocimientos que se adquiere en estas escuelas para las clases menesterosas, no debe tener más extensión que la que exigen las necesidades de ellas. Lo demás no sólo sería inútil, sino hasta perjudicial, porque, además de no proporcionarse ideas que fuesen de un provecho conocido en el curso de la vida, se alejaría a la juventud demasiado de los trabajos productivos".
 
Por supuesto, desde entonces hasta acá ha habido avances importantes. Los profesores normalistas marcaron generaciones de alumnos en liceos de todo el país. Los ocho años de educación obligatoria en los 60s, que se extendieron a los 12 años mandatorios de hoy le quitaron a la educación básica y secundaria su carácter elitista. La llegada de las universidades privadas amplió la oferta de la educación superior, habiendo en la actualidad más de un millón de estudiantes universitarios. Pero así como se destaca la masificación del sistema de educación chileno, también se repiten las cifras y características del drama: hicimos lo indecible para pertenecer a la OCDE, el club de los países más poderosos del planeta, y en los primeros estudios de la institución figuramos como el que menos invierte en educación en proporción de su PIB, gastando Chile menos de la mitad del promedio de los demás países OCDE. Se gradúan del colegio niños que no saben lo que leen y de las universidades profesores de inglés que no saben inglés y profesores de matemáticas que les cuesta calcular un porcentaje.
 
En este escenario estamos en una estéril puerta giratoria, como lo grafica el filósofo español, José Antonio Marina: "La preocupación universal por la educación ha generado un sistema de excusas en el que todo el mundo echa las culpas al vecino. Los padres a la escuela, la escuela a los padres, todos a la televisión, la televisión a los espectadores, al final acabamos pidiendo soluciones al gobierno, que apela a la responsabilidad de los ciudadanos, y otra vez a empezar. En esta rueda infernal de las excusas podemos estar girando hasta el día del juicio".
 
Y es verdad. Es más fácil encontrar justificaciones para limitar los fondos para la educación que encontrar ideas que garanticen el acceso efectivo de todos a una educación de calidad. Lo que sobra es evidencia de que no hay mejor igualador de oportunidades que una buena educación.  Mejor en el mediano y largo plazo que los bonos compensatorios de todo tipo e incluso mejor que la estabilidad laboral. Para un país como Chile, marcado por un sistema económico que fabrica desigualdad y por miles de discursos al año que dicen querer que eso cambie, invertir su dinero en sus propios ciudadanos a través de la educación debiera ser obvio. Y, sin embargo, si no fuera porque desde hace cinco años los estudiantes se tomaron las calles y colocaron el tema en la agenda, motu propio el establishment político estaría enfatizando otras políticas públicas, no la educación.
 
Así llegamos a este último capítulo del discurso presidencial, la oferta de un acuerdo nacional y la incógnita de cómo sigue la cosa. Reconozco que mi ingenuidad me supera y todos los cursos tomados y leídos no logran explicarme por qué hay que incluir una gigantesca letra chica en la garantía de universidad para el 40% más vulnerable que anunció el Presidente. Al día siguiente de esa oferta, se señaló que esta garantía se daría sólo a quienes obtuvieran más de 550 puntos en la PSU. Casi el 60% de todos los alumnos que rindieron la PSU el año pasado no superaron los 550 puntos. Sin embargo, muchos de ellos, con puntajes desde 540 hasta 430 y menos, se endeudaron para ingresar a una universidad privada, probablemente en carreras de segundo orden o no acreditadas, y estarán ahí hasta que deserten o reciban un diploma, trabajando si pueden en lo que estudiaron, si no en lo que se pueda, para pagar la experiencia universitaria. El 40% más vulnerable lo es precisamente porque no  recibe los mismos beneficios del sistema que el resto. Eso incluye peor calidad de educación primaria y secundaria, una estructura paupérrima de redes familiares y sociales que amortigüen el impacto de su realidad y una tendencia a conocer la universidad por fuera, camino al trabajo o a buscar trabajo. ¿Cómo entonces se puede ofrecer una competencia de méritos, a través de una prueba que discrimina por ranking, para escoger a una minoría que pueda así acceder al mejor igualador de oportunidades que existe? Si esa no es letra chica para parecer que se hace mucho pero gastar lo mínimo,  ¿qué?
 
Hay comunas muy populosas en la capital que, si no fuera porque universidades como la de Santiago y la Alberto Hurtado les entregan becas para un programa Propedéutico, no tendrían a ningún egresado de cuarto medio en la universidad. A ninguno. La comuna de Lo Prado, por ejemplo, tuvo el año pasado casi 400 alumnos que rindieron la PSU. Sólo ingresaron 13, gracias a las becas para el Propedéutico de la USACH. Esa es la realidad del 40% más vulnerable. Lo que se necesita son planes de ayuda masiva, no selectivos. A todo lo largo de la cadena educativa. Y rápido, porque el desperdicio de generación tras generación, gobierno tras gobierno, está alcanzando niveles de estallido social y la educación toma tiempo para dar sus frutos.
 
Otro tema con potencial para sacar la pelota del estadio es el lucro. Aquí es necesario aclarar rápido las cosas. Por lucro no estamos hablando, como tratan algunos para distorsionar el asunto, de una remuneración por el trabajo prestado. De lo que se trata es de evaluar si la lógica de la maximización de utilidades y la distribución de los excedentes de la economía de mercado corresponde aplicarse a la educación. El Presidente ha propuesto una conversación al respecto. No se ha señalado en qué formato: comisión ad hoc, proyecto de ley, plebiscito. Tampoco se ha planteado qué ocurrirá con las universidades que tienen -bajo cuerda- fines de lucro mientras se esté discutiendo si deben tenerlo. El argumento principal a favor del lucro es que, tanto donde se permite -educación básica, secundaria e institutos profesionales- como donde está prohibido -universidades- la inversión privada ha aumentado las opciones y la oferta educacional. La principal crítica tiene que ver con la manera en que se obtienen esas utilidades a través de la minimización de costos, implícito en el lucro privado, y la sobreutilización del aporte estatal. Universidades afiliadas a holdings internacionales y que deben entregar un monto predeterminado a la matriz por alumno, ¿cómo incrementan sus ingresos para cumplir con su cuota y generar excedentes locales? Carreras express, cursos para ejecutivos a granel, ninguna o mínima cantidad de becas y el arancel universitario más caro del mundo son algunas de las soluciones de mercado. Sólo que cuando un inversionista fracasa en una aventura industrial o financiera,  quiebra y pierde su inversión, pudiendo liquidar activos y pagando a sus acreedores hasta donde le alcance el dinero. Pero cuando un inversionista en el ámbito educativo lo hace mal o fracasa no arriesga su inversión sino también a todos los alumnos que reciben una deficiente educación. Ellos son, en última instancia, su inversión, su posibilidad de atraer más y mejores alumnos. El lucro con mala educación existe y mucho. El inversionista obtiene utilidades y sus alumnos pierden su oportunidad.
 
Creo que el debate en Chile tiene un enorme sesgo hacia lo que ya existe y ha existido por décadas. El lucro en la educación permea todas las sensibilidades políticas. Por ello, más que eliminar una estructura muy asentada en el país, quizás habría que discutir cómo garantizar que no se desacoplen el legítimo lucro del producto final, que es una educación de alta calidad. Lo que sí es imprescindible es que se parta por transparentar el estado del lucro educativo hoy. Donde se permite y donde  está prohibido pero todos sabemos que existe. El Servicio de Impuestos Internos y el Ministerio de Justicia, en el caso de las universidades, tienen las facultades para evaluar en detalle la dimensión de esta realidad y sus años de existencia. No hacer una auditoría al estado del lucro en la educación promueve partir fingiendo y mintiendo, lo que es la antítesis de la educación de alto vuelo que se pretende.
 
El proverbio africano dice que "se necesita toda una aldea para educar a un niño". La metáfora tiene la triple ventaja de privilegiar el esfuerzo colectivo y la cooperación, el énfasis en el niño que se inicia en su camino al futuro y la analogía con una comunidad -la aldea- que se conoce y no vive de secretos. En Chile los esfuerzos colectivos en educación abundan por su ausencia, privilegiar a los más chicos es de reciente data y no debe ser revertido para impedir que los mayores dejen de protestar. Al contrario, el desafío es ampliar lo poco que hay sin afectar lo que ha comenzado a hacerse bien.
 
Respecto de los secretos, somos maestros en ostentar lo que poseemos, disimular lo que no tenemos y en ocultar lo que hacemos. Un poco menos de globalización y un poco más de aldea no nos haría nada mal.