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La buena educación

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Por: Ernesto Treviño

La educación es un proceso de transformación personal que tiene entre sus objetivos instalar en cada uno de nosotros la pasión por comprender el mundo que nos rodea. Cada una de las actividades que realizamos como profesores, si bien se plantean metas de aprendizaje de contenidos, serán exitosas si abren el apetito de los estudiantes por conocer más y, al mismo tiempo, permiten que los alumnos establezcan vínculos entre lo que enseñamos y experiencias anteriores.

Constantino Caváfis, poeta griego, describe cómo debe ser el viaje de Ulises en La Odisea y, tal vez sin pretenderlo, en su poema Ítaca nos enseña el significado transformacional de la educación. Caváfis dice: “Cuando emprendas tu viaje hacia Ítaca debes rogar que el viaje sea largo, lleno de peripecias, lleno de experiencias…Mas no hagas con prisas tu camino; mejor será que dure muchos años, y que llegues, ya viejo, a la pequeña isla, rico de cuanto habrás ganado en el camino”. La educación, como el viaje de Ulises, es un medio y un fin. Se trata del medio a través del cual cada uno de nosotros busca llegar a Ítaca. Sin embargo, Ítaca no tendría sentido si en el camino no estuvieran los cíclopes y los lestrigones, y la furia de Poseidón. El viaje a Ítaca es largo, como lo debe ser la educación, una travesía que dura toda la vida.

El viaje de la buena educación, como el de Ulises en La Odisea, pareciera estar fuera del horizonte de sentido de familias, profesores, directores, tomadores de decisiones políticas. Por lo general, concebimos a la educación como un lugar al que hay que llegar sin reparar en el camino. Aunque a simple vista no parezca, esta discusión está estrechamente relacionada con la política educativa, que lleva años tratando de mejorar la educación con la atención centrada en el objetivo que se pretende alcanzar con poca atención en las vías para lograrlo.

Nos embarcaremos en la buena educación cuando seamos capaces de plantear preguntas sobre el cómo llegar, además de preguntarse a dónde llegar. Actualmente, tenemos una configuración del sistema escolar que no se hace cargo de los cómo, pues apuesta a que la competencia entre escuelas podrá ofrecer a nuestros niños esa fantástica odisea del conocimiento. Sin embargo, la evidencia de casi treinta años indica que el proceso educativo es poco enriquecedor y los objetivos de aprendizaje están aún por cumplirse. Aunque suene tautológico, lo cierto es que la mejor forma de mejorar la educación es mejorando la educación directamente, en vez de esperar que mecanismos tangenciales de incentivos logren este objetivo. De ahí la pregunta por los cómo.

La educación solamente mejorará fortaleciendo las capacidades de nuestros docentes. Son ellos los que construyen el viaje diario de los estudiantes hacia Ítaca. Los profesores deben construir oportunidades de aprendizaje significativo, vinculadas con la experiencia de los estudiantes, pero trascendiendo las barreras del contexto inmediato para formar seres humanos con una amplia visión del mundo y con respeto por la cultura propia y la ajena. Además, los profesores son, en muchos casos, el único profesional con el que interactúan los niños de estratos marginales, y por ello les cabe una gran responsabilidad de fungir como modelo para sus estudiantes.

Las capacidades de los profesores pueden potenciarse mediante las tradicionales sendas de la formación inicial y continua. Pero aquí también cabe preguntarse el cómo. La formación inicial debe orientarse a construir profesionales capaces de evaluar con juicio experto distintas situaciones de aprendizaje que enfrentan los estudiantes. Esto implica que tenga una orientación aplicada a resolver los desafíos que cotidianamente enfrentan nuestros niños, aplicando diversos repertorios de la teoría psicológica, la didáctica y la sociología, por mencionar solamente algunas áreas. Por otro lado, la formación continua debe estar en función de los problemas específicos de aula, dotando a los profesores de elementos concretos que ayuden a fomentar el aprendizaje entre sus estudiantes.

Para finalizar, el logro de mayores niveles de aprendizaje por parte de los estudiantes no puede conseguirse en un sistema escolar que fomenta la segregación, que se basa en supuestos equívocos respecto de la capacidad de las familias para elegir, y que es poco solidario con los más pobres. Por ello, es indispensable cambiar la organización del sistema escolar fortaleciendo la capacidad del Estado para proveer educación de calidad para todos, superando el presente estadio en que cada estudiante obtiene la educación que su familia puede pagar. En uno de los países más desiguales del mundo, ciertamente esta no es una vía para fomentar una buena educación para todos.