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¿Cómo aprender a desaprender?


Por Paloma Rodríguez Gutiérrez

En nuestros primeros recuerdos de vida el concepto aprender siempre ha estado presente. Primero es nuestra madre quien con rigurosidad nos dice  “aprende a ponerte los zapatos”;  “aprende a avisar si quieres ir al baño”; “aprende a respetar a tus mayores”, entre otros muchos “aprende” que vamos escuchando y obedeciendo como si tratara de las máximas verdades. Luego viene la escuela y la maestra continua lo ya iniciado en nuestras casas: “aprende las tablas”, “aprende los verbos”; “aprende a ponerte de pie si entra un superior”; “aprende a que cuando un adulto habla los niños guardan silencio”. Sin darnos cuenta y sin mucha conciencia de lo que está sucediendo en nuestros procesos cognitivos más profundos, hacemos caso y “aprendemos” todo lo que se nos está enseñando sin percatarnos –en la mayoría de los casos- que nos están moldeando y constituyendo una manera de ser, un mundo posible de vivir, un estilo, una forma de vida. Las escuelas, los colegios, liceos y universidades vienen a reafirmar un ejercicio que ejercen nuestros padres desde nuestros primeros años de vida.

El mundo escolar durante décadas ha validado un paradigma de aprendizaje y adquisición del conocimiento a través de metodologías conductivas donde los protagonistas principales han sido los contenidos y las diversas mayas curriculares. La misión fue que los alumnos aprendieran y el aprendizaje se entendió como la memorización de contenidos y repetición de conductas que otros pensaban y querían para nosotros. Es decir, unos tenían la verdad y esa verdad era transmitida a través de las distintas disciplinas académicas y los alumnos debían escuchar, memorizar y repetir. La repetición de lo aprendido era la única manera de saber si el proceso de enseñanza aprendizaje había tenido éxito. Y esta manera de entender la educación y la adquisición del conocimiento se fue perpetuando y aceptando como la única forma de “aprender”.

Pero la vida es circular y al igual que los planetas, soles y sistemas solares todo gira. También giran las grandes verdades y lo que ayer era cierto puede dejar de serlo y sumarse a los listados de viejos paradigmas. Eso ha sucedido también en la educación. Por suerte para la humanidad y para cada humano representado en ella hubo personas que comenzaron a sentir y a descubrir que habían mas verdades mas allá de las verdades. Que la historia tenia distintas caras y que el mundo de los contenidos estáticos y únicos podían colorearse usando todas las gamas de la acuarela constructivista. Se abrió una ventana que dió paso a una suave brisa de una forma de aprender que no estaba ligada a la repetición y a la memorización como modo exclusivo de la adquisición del  conocimiento. Se abrieron puertas y ventanales que dejaron entrar en caravana los primeros ladrillos  que darían inicio a un nuevo modelo, a una nueva forma de aprender. Se tomo el concepto con el respeto que la historia nos obliga a  ver lo construido por otros desde el comienzo. No se destruyó ni se invalidó sin considerar que esa forma dio paso a otras formas.

Y como en ritual alquimista comenzaron a surgir desde todas las ciencias pequeños ladrillos que se fueron sumando y permitieron la construcción de un camino  por el cual transitar. Y fue así como el concepto aprender dió sus primeros pasos en esta otra manera de concebir la adquisición del conocimiento. La psicología, la sociología, la filosofía, la biología, la educación, entre otras ciencias aportaron para hacer crecer y fortalecer esta mirada renovada de entender los procesos de enseñanza aprendizaje. La organización de la información en nuestro cerebro y las ordenes que podemos darle en el sentido de dar paso a un nuevo aprendizaje es fundamental y fantástico.

Sin embargo la práctica comprobó una vez mas que los cambios no son fáciles de implementar, menos aun cuando se trata de aprendizajes de toda una vida y de todos los días de esta vida. Humberto Maturana nos diría que la los humanos tenemos la condición de producirnos a nosotros mismos (autopoiesis). El biólogo chileno reconoce que modificar nuestras estructuras no es tarea fácil, que se puede lograr si factores externos inciden en nosotros y si nosotros queremos y aceptamos estas modificaciones y que de hacerlo solo nuestro yo interno puede dar la orden para que suceda y se hará desde nuestra propia estructura base. En otras palabras podríamos decir que el cambio es posible pero que para que este suceda se requiere tiempo y convencimiento que lo nuevo tiene sentido. Sin sentido es difícil que las estructuras se muevan, esto en educación, en la vida individual, en las organizaciones.

Es entonces cuando es posible y necesario hablar de desaprender. Cuando lo aprendido ha formado capas sobre nuestras vidas que son difíciles de ignorar y hacer a un lado debemos ejercitar la propuesta de desaprender. Entenderemos como desaprender la disposición a dejar de lado las  verdades aprendidas. Se puede –por ejemplo- querer dejar de lado o desaprender una forma de vida que no considere la ética, la sana convivencia, la verdad u otros valores que creemos necesarios para avanzar con paso firme en la elaboración de nuevos paradigmas o nuevas realidades. Cuando desaprendemos no olvidamos lo aprendido, simplemente lo situamos en otro lugar que nos permite dejarlo de lado para enfocarnos en otro punto, en otra posición, en otra estructura. Desaprender es volver sobre nuestros pasos y volver a caminar por la misma avenida pero con nuevo calzado. Este caminar debe ir cuidando cada rincón que pisamos y estar atentos a los distintos mensajes que puedan aparecer en este nuevo camino.

En educación los desaprendizajes debiesen ser un ejercicio metodológico cotidiano desde los docentes. Lo que se aprendió durante una vida a veces solo se puede modificar con otra parte importante de la vida. El accionar consecuente de los maestros de escuela, de los directores, los profesores de liceos o universidades son la herramienta principal que permite dar inicio a los desaprendizajes. Los grandes discurso sin acciones consecuentes solo perpetúan lo aprendido y no hay cambio porque no existe la posibilidad cierta de desaprender. Un director de escuela que declame la importancia de las relaciones horizontales, del trabajo en equipo, de la toma de decisiones mancomunadas y que en su accionar de todos los días ejerce relaciones verticalistas solo estará perpetuando que esa es la forma de hacer y ser.

El discurso siempre será menos que la acción. Simón Rodríguez afirmaba que más se aprende por lo que se ve que por lo que se escucha.

La educación –definitivamente- puede modificar la cultura de los pueblos. Sin desaprendizaje es difícil volver a construir. Son los profesores los llamados a enseñar a desaprender  y esto solo se conseguirá mostrando un nuevo mundo posible. Si pensábamos que el conocimiento se adquiría con la memorización de contenidos entonces nuestra obligación será vivir al interior de nuestras aulas la posibilidad de adquirir conocimiento a través del teatro, del desarrollo de guías, de la aplicación de un experimento, del trabajo modular, de la discusión grupal, del análisis individual y las evaluaciones deberán ser consecuentes con esta forma de entender el aprendizaje. Entonces estaremos desaprendiendo.

Para desaprender se requiere consecuencia. Para desaprender es necesario querer cambiar. Si las modificaciones tienen sentido porque nuestras estructuras requieren un vuelco, entonces el terreno es fértil para comenzar el ejercicio del desaprendizaje.

Es importante destacar el rol de la educación en estos ejercicios. Al interior de las escuelas hacemos cultura. Según como seamos motivaremos o cancelaremos el deseo de cambiar y aveces un pequeño cambio, un simple desaprendizaje puede modificar nuestras vidas para siempre y este paso ser el paso de nuevas generaciones que seguirán el sueño consecuente de un mundo mejor.