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La voluntad del cangrejo

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Por: Martín Vinacur
 
El Japón del siglo XII ardía en un conflicto no menos sangriento que habitual: dos dinastías reclamaban el derecho al trono imperial. Los Heike, cuyo emperador era un niño de 7 años de nombre Antoku, se enfrentaban al alzamiento de otro clan samurai: los temibles Genji.
 
La sangre llegaría al mar en Danno Ura, la batalla decisiva, que ocurrió en el Mar Interior un 24 de abril de 1185. Los Heike fueron brutalmente superados. Los guerreros sobrevivientes dieron el combate por perdido y se arrojaron al mar, quizás persiguiendo el honor en el suicidio. Desde una de las naves rotas, La Dama Nii, abuela y tutora del emperador, tomó la decisión de que no serían capturados por el enemigo.
 
-¿Adónde me llevas?-, le preguntó el pequeño emperador.
Con los ojos en lágrimas, la Dama Nii puso sus dos manitas juntas y lo consoló.
Miraron primero al este, para despedirse del dios de Ise, y luego al oeste para ofrecerle una última plegaria al Buda Amida.
La mujer alzó al pequeño en sus brazos y le dijo:
-Es en el océano donde está nuestro reino.
Y se hundió con él bajo las olas.
 
Danno Ura fue la tumba submarina de la dinastía Heike, el punto final a 30 años de reinado. Los vencedores suelen dejar testigos para humillarlos con el relato de su propia derrota. Así mantuvieron vivas a 23 mujeres Heike que fueron forzadas a ser damas de la nueva corte imperial. Confinadas a las aldeas de la bahía que contemplaron la masacre, debían sostenerse vendiendo flores y otros favores abyectos a los pescadores.
 
Pero el tiempo escribe apostillas impertinentes. Los pescadores cuentan que los samurai Heike aún están vivos y se pasean por el fondo del Mar Interior del Japón en la forma de pequeños cangrejos. Es muy curioso, pero los cangrejos de la zona tienen unas marcas muy particulares en su caparazón: dibujos que parecen ser la expresión hosca y aguerrida de un samurai. Googléelo y verá que es sorprendentemente cierto (incluso puede escuchar el relato del mismo Carl Sagan, que es mucho más bello que este). ¿Cómo pudo haber sucedido algo así? ¿Cómo es que estos rostros, no ya antropomórficos, o japoneses, sino tan claramente samurais, llegaron a grabarse en el dorso de un cangrejo?
 
Fuimos nosotros, los humanos, quienes lo hicimos. Resulta que cuando un pescador atrapa uno de estos cangrejos, no se lo come. Lo devuelve al mar en conmemoración de la batalla de Danno Ura.
 
Supongamos, por un instante, que un remoto tatara-tatarabuelo de estos cangrejos tenía en su caparazón, por casualidad, un dibujo que se asemejaba ligeramente a un samurai. En sus genes llevaba la capacidad de hacer hijos con ese dibujo, es una característica hereditaria, de manera tal que si eres un cangrejo de esta familia, splash, de vuelta al agua, tendrás cangrejitos bebé que se parecerán a ti y ellos también zafarán y así lo hará tu descendencia; pero si tuviste la mala suerte de no tener la cara de un guerrero en la espalda, splash, a la cazuela sin escalas.
 
Los pescadores, generación tras generación, al devolverlos al mar, pusieron en marcha un proceso de selección. De selección artificial. El resultado en el tiempo es una gran cantidad de cangrejos Heike, dominantes en el ecosistema.
 
¿Qué pito tocó el cangrejo en todo esto? Ninguno. Nada de lo que le sucedió fue su deseo ni su voluntad. Nadie le preguntó lo que quería. Su destino estaba escrito. La selección fue impuesta desde fuera. Ésa es la esencia de la selección artificial. Y es algo en lo que los humanos nos hemos especializado en el tiempo. Por muchos años hemos decidido qué plantas y qué animales debían vivir. La médula del asunto es alentar la reproducción de algunas variedades y desalentar la reproducción de otras. Nos rodean vegetales y animales hechos por nosotros.
 
Pero ahora, en vez de en cangrejos, piense en pingüinos.
 
Piense en un modelo de selección, donde un factor externo, llamémoslo sistema educativo, decide un modelo de supervivencia. Tú sí, tú no. Tú tienes las condiciones para sobrevivir (dinero), tú no (eres pobre, pingüinito, endéudate o muere como mano de obra poco calificada).
 
Piense en un modelo de selección artificial, íntimamente ligado a la esclerosada movilidad social, que alienta la reproducción de un determinado perfil de alumno y desalienta (o engaña con títulos inservibles) la reproducción de otros.
 
Piense en un modelo de selección consciente que se concibe desde lo inconsciente como un bien de consumo (un lapsus es exactamente eso, lo latente que aflora) porque ha sido diseñado desde una ética economicista.
 
Como resultante, la voluntad del cangrejo-pingüino se hace presente. Y quiere ser tomada en cuenta. Atentos samurais, ex samurais, y todos los pescadores de estas benditas costas. No hay mucho que hacer contra la marea.