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La protesta del estudiante

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Por: Brittany Peterson 
 
Hace cinco semanas finalicé mis estudios y me gradué de la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill. Dado que mi país está pasando por una crisis económica, decidí que no sería una mala idea mudarme a Chile en vez de buscar un trabajo en Estados Unidos. Llené mis valijas con mi ropa y equipo fotográfico y vine al norte, para vivir cerca de mi pololo.

La verdad es que no tenía idea de que los estudiantes chilenos estaban movilizándose en estos días en protesta por el sistema educativo, lo que también aflige los campus de mi país. Cuando mi cuñada me contó lo que sucedía, sentí un fuerte dolor en el estómago. Traté de racionalizar y no actuar con mis capacidades de fotoperiodista -aun sin empleo- en mi segunda semana viviendo en Chile. Pero al día siguiente me metí en Twitter para leer lo que estaban escribiendo los estudiantes de Antofagasta, sobre las tomas universitarias.

Decidí seguir a mi estómago, y terminé a full la semana. Pasé tres días en la Universidad Católica del Norte y en la Universidad de Antofagasta. Tomé fotos en las guardias, entrevisté estudiantes y grabé sonido en unas reuniones. Fue un tiempo especial, porque pude ser testigo de un movimiento en vez de estudiarlo, como hice en tantas clases sobre temas latinoamericanos.

Me impresiona que los estudiantes chilenos decidan oponerse al sistema de educación con lucro, aunque el Estado les diga que no se puede cambiar. Esto es algo que en mi país muy pocas personas se atreven a cuestionar. Los estudiantes estadounidenses disfrutan con ponerse una polera del "Che", protestar y ponerse al lado de aquellos a los que les faltan recursos u oportunidades: sólo mirando lo que sucede en el exterior.

En cualquier día normal en mi universidad, de los 600 grupos o clubes de alumnos, siempre hay unos 20 que hacen trabajo humanitario en espacios públicos, venden productos artesanales de pueblos mexicanos o piden donaciones para poder ir a África en el verano. Pero la mitad de ellos tienen préstamos de bancos. Préstamos tan grandes que, al graduarse, suman más de 20 mil dólares. A ninguno de ellos los escuché hablar acerca de lo injusto de pagar créditos durante años después de graduarse viviendo en un clima de crisis. Es como si las ganas de mi generación de trabajar por la justicia mundial nos dejaran ciegos al sistema educativo que nos perjudica por nuestra edad e ignorancia.

En mi generación, un porcentaje mínimo piensa en una reforma educacional. La mitad son personas como yo, que tenían beca del gobierno, una abuela que pagaba el resto y padres que asumían el alquiler. Los otros, que deben mucho a los bancos, aceptan el enorme precio de la educación universitaria, porque los han convencido de que es lo que vale.

En un sentido, el sistema educacional me tiene convencida acerca del costo de la educación universitaria. No cambiaría la educación de calidad que recibí en una universidad pública (que generalmente es de menor calidad que las privadas). Pero también me pregunto si vale la pena pagar por una educación y "ser exitosa", para vivir en una sociedad que invierte más dinero en los militares que en la educación. Una sociedad donde "la seguridad nacional" es el valor más anhelado, y que regala formación universitaria a los que se inscriben en las fuerzas armadas, pero no tiene un sistema que beneficie a quien estudie para ser profesor o trabajador social.

He visto que ambos países sufren una incongruencia en sus prioridades. Aunque son muy diferentes, ambos priorizan los negocios. Según lo que entiendo, la prioridad económica en el norte de Chile es la minería, la que algún día tendrá su fin o se volverá irrelevante. Mi país ha resuelto invertir mucho de su dinero en las fuerzas armadas. Parece que ambas naciones solo pueden ver el poder y el dinero como vía de crecimiento nacional. No creo que sea solo una postura estatal, sino algo arraigado en la sociedad.

Cuando la prensa publicó imágenes de la marcha del jueves, se usaron fotos de chicas que andaban en ropa de papel, usando lo "sexy" para ganar vistas y vender. Esta es una actitud típica de la cultura en la que vivimos. Los medios de comunicación banalizan los movimientos o expresiones sociales, y eso impide realizar los cambios. La lucha del estudiante chileno puede parecer solo una pelea contra un gobierno de derecha, pero también es una lucha con los medios y los ciudadanos. Se percibe que los medios tienen miedo de cubrir este movimiento que afecta a tantos chilenos. Los ciudadanos, al parecer, no se interesan en leer noticias sobre situaciones que no tienen una imagen atractiva.

Al parecer, ninguno de los dos países tiene sus prioridades en orden. Pero los estudiantes chilenos, entienden que una democracia verdadera no depende de su tamaño o complejidad. Han mostrado que pueden usar su derecho a la expresión libre y la asamblea pública, como medios para buscar cambios en beneficio del pueblo.

Con el liderazgo, la energía, inteligencia y organización que tiene este movimiento, el que logren ver frutos sólo dependerá de la ejecución de la democracia en este país.

(*) Brittany Peterson es fotoperiodista estadounidense que actualmente vive en Antofagasta.