Documentos de interés

Los 20 años de la generación Ritalín

www.latercera.com
Por: José Miguel Jaque/Francisco Rodríguez

El boom del Ritalín llegó a Chile a comienzos de los 90 para llamar al orden a los "niños problema". Hoy, esa generación está entrando en el mundo laboral y dejó atrás el estigma de la pastilla. ¿Se la darían a sus hijos?
FERNANDA FIGUEROA (28) recuerda un detalle de los almuerzos familiares de la infancia: dejaba a medias su plato de comida y empezaba a gatear por debajo de la mesa haciéndose camino entre las piernas de sus papás y tíos. En el jardín infantil ocurría algo parecido: dejaba su dibujo a medio pintar y se paraba a molestar a sus compañeros. "Yo no me daba cuenta que era molestosa".

Paulina, su mamá, tiene la película más clara. A principios de los 90, cuando Fernanda estaba en tercero básico, la llamaron del colegio. Le recomendaron visitar al neurólogo y el diagnóstico fue déficit atencional. "No sabía en detalle de qué se trataba, pero lo había escuchado porque era el tema de moda. Sabía que a los niños los medicaban, pero me resistí y pedí otra recomendación", cuenta. No le fue mejor con la otra opinión: dificultad de concentración sumada a hiperactividad. ¿La receta? Ritalín.

"Había una polémica. Se decía que los ponía medio tontos, que se abusaba mucho y me daba susto", recuerda Paulina. Pero el susto fue peor cuando comenzó a conocerse en Chile de las investigaciones sobre las nefastas consecuencias del déficit atencional. Entre 1985 y 1992, una serie de estudios alertó a los padres y los llevó en masa a las consultas de los especialistas: que hasta un 80% de los niños podía permanecer con el trastorno. Que un 30% repetía de curso. Que el 24% tenía riesgo de caer en el alcoholismo. Fue cuando el Ritalín apareció como la solución mágica para una generación de niños molestosos e inquietos, intolerados en los colegios.

Es la generación Ritalín, que hace 20 años tuvo que aprender a vivir con la pastilla. Han pasado dos décadas y ahora, son adultos que bordean los 30 años y que están entrando al mundo del trabajo. Dejaron atrás esa infancia marcada por ese fármaco y enfrentan la vida sin problemas. ¿Les darían Ritalín a sus hijos?

Para ellos no fue fácil: eran estigmatizados y apuntados como niños problema. Niños con dificultades de aprendizaje o muy inquietos, y que de alguna manera había que calmarlos. Es la generación de Fernanda, que vivió en carne propia el boom de este fármaco también en Chile. "Tengo pacientes hoy adultos que eran humillados públicamente, que amarraban a la silla o los encerraban dentro del clóset que había en la sala de clases", cuenta Jorge González, neurólogo experto en déficit atencional de adultos de la UC. En los 90, el déficit atencional no era un tema de conocimiento público. "En esos años conocí a un niño que lo echaron del jardín infantil porque era demasiado inquieto. Las parvularias no conocían el trastorno y los catalogaban como los niños problema", recuerda Maritza Carvajal, presidenta de Sopnia. Esos niños se ganaban suspensiones escolares, expulsiones o "invitaciones" a seguir su educación en colegios como el Marshall, donde la mayoría de los compañeros había seguido el mismo camino. Era parte del peregrinaje de los padres que buscaban un lugar donde sus hijos pudieran seguir estudiando. "Una vez llegaron a mi consulta los papás de un niño que en todos los colegios recibía la misma sentencia: 'No podemos lidiar con él'. Su última ocurrencia había sido dar el agua en todas las llaves del baño de hombres. Lo inundó todo", recuerda Jorge Sánchez Vega, siquiatra de la Sociedad de Neurología, Psiquiatría y Neurocirugía.

Sobre diagnóstico

El Ritalín -cuyo factor activo es el compuesto metilfenidato- fue descubierto en los años 40. Pero la década vio dispararse los números. Entre 1990 y 1995 se duplicaron los pacientes diagnosticados con déficit atencional y/o hiperactividad en Estados Unidos. No es todo: según la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes, dependiente de la ONU, la publicidad de las farmacéuticas hizo su parte y apuntó directamente a los médicos para que tuvieran el medicamento en cuenta en ese país. Había establecimientos educacionales donde un 15% de sus alumnos estaba a disposición de la pastilla, mientras la prevalencia internacional bordea el 5%. En este lado del mundo, las cifras de IMS Health dicen que, en 2003, los especialistas entregaron a la población adulta 30 mil recetas de metilfenidato, cifra que en 2008 dobló esa cantidad. Los datos del laboratorio Novartis, que tiene registrado el nombre Ritalín, dice que la venta aumentó más de 20% en los últimos cinco años. La revista New Scientist dijo que el uso de Ritalín era "uno de los fenómenos farmacéuticos más extraordinarios de nuestro tiempo". Hoy, el mismo compuesto está presente en 31 fármacos a nivel nacional.

Los cuestionamientos se hicieron fuertes cuando en 1996 Lawrence Diller, pediatra conductual de la U. de Columbia, lanzó Running on Ritalin, un libro que se convirtió en best seller y que buscó responder por qué Estados Unidos tenía el 80% de los casos de déficit atencional con hiperactividad en el mundo en ese momento. La conclusión fue lapidaria: sobrediagnóstico y excesos de recetas.

"Cuando los esfuerzos de los padres y de la educación formal fallan, el Ritalín (u otra droga) es la herramienta para tapar los vacíos de las expectativas y responsabilidades de la sociedad", dice Diller en el libro y describe como una "epidemia" la obsesión por el rendimiento de los niños en el colegio. Una obsesión que queda reflejada en cambios en los parámetros de aprendizaje en ese país: hoy se exige que los niños lean a los cinco años y no a los seis, como hace 32 años. "El desarrollo del cerebro de los niños es el resultado de cientos de miles de años de evolución y no pueden ser cambiados por 30 años de cultura escolar", advierte.

El autor del libro dice que el déficit atencional con hiperactividad se ha "aburguesado": hoy tanto niños como adultos son candidatos al Ritalín cuando presentan un mínimo problema de aprendizaje o rendimiento laboral.

En Chile también se levantaron voces de alerta. Muchos especialistas advirtieron que los colegios no tenían tolerancia con estos "niños problema" y eran los primeros en llamar a los apoderados cuando no querían lidiar con ellos, en vez de proponer estrategias multidisciplinarias a largo plazo. Algo que no ha variado mucho en estos días. Flora de la Barra, siquiatra de la U. de Chile y Clínica Las Condes, cuenta que una vez realizó un taller a profesoras de establecimientos educacionales de la capital. En la primera sesión les preguntó qué rol creían tener en la salud mental de los niños: "Nos decían que no era problema de ellas y que no tenían por qué hacerse cargo".

La familiaridad que existe con la pastilla es evidente en los colegios. En el Extremadura de Vitacura, por ejemplo, los niños la llaman "pastillita de la concentración", ahí el 20% de los escolares de segundo básico toma Ritalín o Aradix, el nombre más popular por estos días. En el San Esteban cuentan que los niños de segundo básico van a buscar su pastilla antes de las pruebas porque saben que con ella les irá mucho mejor. En otros colegios, las enfermeras van con una bolsita pasando sala por sala. "Hoy en esto es mucho más transparente, porque uno está convencido de que es un apoyo sistémico. En los 90 hasta había niños que tomaban la pastilla en la casa con la mentira de que era una vitamina C. El temor a ser estigmatizado estaba más en los padres que en los niños", cuenta María José Lagos, subdirectora del primer ciclo básico del colegio SS.CC. Monjas Inglesas.

Hay futuro

Diller no se quedó tranquilo con el diagnóstico de la sobremedicación. En su reciente libro Remembering Ritalin, revisó casos que había diagnosticado para ver cómo habían evolucionado. ¿Qué buscaba? Desmitificar que el déficit atencional significaba un pero en la vida de estas personas.

Diller entrevistó a 10 pacientes del grupo de entre 24 y 32 años: cuatro terminaron la universidad, cuatro se habían graduado en sistemas alternativos al college -como programas de arte o carreras técnicas - y sólo uno tenía problemas de droga. La mitad tenía relaciones estables. Y sólo dos seguían con Ritalín. Sus resultados eran contradictorios con los del siquiatra Russel Barkley, universalmente considerado como el padre intelectual del déficit atencional, quien había realizado varios estudios de pacientes con el trastorno, concluyendo que su vida después del diagnóstico era cuesta arriba: la mitad perdía el trabajo y les era muy difícil establecer relaciones duraderas. Diller llamó a Barkley para confrontar resultados. Luego de varias conversaciones, el siquiatra reconoció que había un peligro de sobre diagnóstico. "No estoy en contra de la medicación. Estoy en contra de la medicación como primera arma cuando hay otras intervenciones para el déficit atencional que no han sido utilizadas", dice Diller.

María Burgos (27) podría servir de ejemplo a Diller. Era inquieta y académicamente podía llegar lejos, pero en el colegio no dejó huella por eso. Al contrario, le aburría profundamente. Entonces, casi al terminar la básica empezó con el Ritalín. Las notas mejoraron, pero siempre le tuvo rechazo. "Cuando me lo tomaba no podía estar con gente, sentía que todos eran más tontos que yo. Me ponía insoportable, por ejemplo, estaba sentada atrás riéndome, conversando y me cambiaba de puesto a la primera fila, porque el tiempo para estudiar era para eso y no para reírse. Mis amigas me escondían la pastilla, me pedían por favor que no me la tomara por los cambios de actitud que tenía", recuerda.

La universidad le hizo cambiar el chip. Conversó con su médico y acordaron ir dejando la pastilla de a poco. "Recién ahí me di cuenta que podía funcionar sola, como también me di cuenta que había algunas pruebas o situaciones en que prefería tomarme la pastilla", dice.

Es que las soluciones van apareciendo cuando el cerebro madura. Sólo la mitad de los niños diagnosticados permanece con el trastorno en la adultez. "Las personas van desarrollando estrategias que les ayudan a lograr metas, como ser profesionales. Hay personas que dicen que un médico no podría tener déficit atencional porque es una carrera extensa. Eso es un mito. Hay gente con muchos posgrados que tiene déficit atencional", dice Jorge González, neurólogo de la UC.

Fernanda Figueroa es una de ellas. Volvió al Ritalín en segundo medio. Pero ya no era lo mismo: "Era una adolescente y asumí que no podía depender de un medicamento". Con el tiempo fue manipulando la situación: a veces era la excusa cuando se sacaba malas notas. "Al final era casi un placebo para mí". Entonces, a cambio de sus recurrentes distracciones y la incapacidad para focalizarse, aplicó metodología: hacía resúmenes y pintaba las palabras claves de colores para memorizarlas. Así terminó el colegio y sacó su carrera universitaria. Hoy es sicopedagoga y trabaja con niños con déficit atencional: "Ahora veo en ellos las mismas características que tenía yo", cuenta. "¿Si les doy Ritalín? Solo cuando les cuesta demasiado".