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Educación y lectura

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Por: Jorge Peña


Desconfío del aluvión de publicaciones sobre educación por su carácter vago, abstracto y desligado de la experiencia concreta del docente. Ante tanto libro teórico, en el que francamente da la impresión que sus autores no han entrado nunca a una sala de clases, hay que alegrarse por el reciente libro “La escuelas que tenemos” de las investigadoras del CEP Loreto Fontaine y Barbara Eyzaguirre. Las autoras han hecho un riguroso y detallado análisis comparativo entre trece escuelas, de semejante medio socio-económico, para intentar explicar las causas del distinto rendimiento en las pruebas del Simce. Con un buen trabajo de campo, lograron entrar verdaderamente en lo que sucede al interior de la sala de clases en relación a los procesos de aprendizaje de la lectura. Es éste el factor decisivo. Los establecimientos con mejor rendimiento dedican en primero básico el 60% de su tiempo a lectura, escritura y expresión verbal contra el 25% de las escuelas con Simce bajo.

El libro abunda en distintos aspectos, entre los que cabe mencionar el ambiente de la clase, la existencia de biblioteca, el involucramiento de los directivos, etc., y, sobre todo, en el rol protagónico que le corresponde al profesor que cree en su capacidad y tiene fe en que sus alumnos pueden aprender. Creo que esta investigación abate socorridos y frecuentes mitos. Frente a pedantes tópicos que hablan de factores psicobiológicos y socioculturales que fatalmente incidirían en la educación (desigualdad de cuna, capital cultural de los padres, pobreza, que sin duda influyen, pero no con el carácter tan determinante que se les asigna), se reivindica el papel decisivo que cumple el profesor que sabe entusiasmar y enseñar el arte de leer y posee la firme convicción de que todos sus alumnos pueden aprender, y no considera las barreras sociales y familiares como insuperables. Es reconfortante leer un estudio que, sólidamente respaldado en datos estadísticos, no se queda en lo meramente cuantitativo y contiene oportunas sugerencias prácticas, útiles y susceptibles de ser adoptadas. Ellas surgen de un verdadero conocimiento de lo que ocurre en el interior de una clase.

Ante la profusión de novísimas técnicas pedagógicas, casi siempre de tipo audiovisual, es frecuente que se olvide lo esencial y aparentemente obvio, como lo advierte una de las autoras: “Existe una relación evidente entre aprendizaje escolar y lectura. Si bien no basta con leer para ser una persona educada, también se puede afirmar que quien no sabe leer no se puede educar”.

Estudios recientes revelan que los niños permanecen más de cuatro horas diarias frente a una pantalla, no sólo de televisión, sino frente al computador, Internet o videojuegos. Cuando la Babel audiovisual acumula sobre nosotros el caos de una agresiva banalidad, cuando apreciamos el riesgo denunciado por Steiner de una cultura postliteraria y la afición a la lectura parece disminuir alarmantemente entre los jóvenes, seducidos por la inmediatez de las imágenes y la rapidez de los mensajes, es preciso difundir con toda el alma el amor por los libros. Los grandes libros son el alimento y el cauce común de la vida del espíritu. Leer es una forma de pensar. Machaconamente ha insistido la filosofía contemporánea en la intrínseca relación entre lenguaje y pensamiento, el lenguaje como vehículo del pensamiento. Nos es difícil pensar en una vida lograda en la que no juegue un papel decisivo la lectura como actividad habitual y constantemente buscada, tal como ha sido magníficamente descrita por Pedro Salinas en su libro “El defensor”.