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Transitar en educación

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Por: Gonzalo Cowley
 
La educación tiene, por decirlo de algún modo, cuatro ámbitos lineales donde se desenvuelve: la educación pre escolar, la enseñanza básica y media y la superior. Crecientemente, todos somos parte de ese continuo.
 
Hace pocos años, y a propósito del contexto en que Chile se ha desarrollado, ni la educación pre escolar ni la superior formaban parte de un universo plural de conversación, y la enseñanza media no era obligatoria.
 
En las últimas décadas el cambio se produjo, con todas las deficiencias que se quiera, y mutamos desde un sistema educativo de elites a un sistema masivo y al alcance de grandes mayorías que han podido trazar un objetivo familiar, por ejemplo, que uno de los suyos ingrese por primera vez a la educación superior, provocando una revolución de expectativas. El cambio ha sido copernicano. De cien mil a más de un millón de estudiantes en cortos años.
 
Pero dicho cambio, ha sido gobernado desde la urgencia y sin los consensos sociales necesarios para que parezca un proceso ordenado, con destino, o con el propio horizonte que puede brindar la ejecución de una política pública que organiza un sistema de provisiones múltiples, como ha sido la tradición de nuestro país.
 
En efecto, ha sido tal la fuerza de los hechos, el camino de lo posible y de la gradualidad política que se instaló en el país, que los detalles, las terminaciones, los acuerdos efectivos sobre un aspecto crucial en la construcción de la realidad social, nunca terminan por consolidarse y siempre se trata de ajustes que no abordan la profundidad como un todo.
 
La educación y el tránsito que significa pasar de una etapa a otra, supone una visión dirigida desde algún lugar, con un respaldo que nace de otros diversos lugares que han concedido un modo de hacer las cosas y una cantidad de sujetos que suman millones de personas, que ven como su país les provee lo que necesitan para salir adelante; ellos y también el conjunto de la comunidad.
 
Sin embargo, como se ha visto estos últimos meses, no hay un paradigma común y la discusión es leve en el sentido de que no logra traspasar el conflicto y entrar de lleno al futuro.
 
Hay varios ejemplos desde el tránsito educativo, pero quiero mencionar dos especialmente significativos, que revelan el no acuerdo social y la falta de interés por las terminaciones.
 
El primero es la educación pre escolar, tan importante como punto redistributivo. Ella conversa poco o nada con la educación básica. La gran inversión pública que se produjo hace algunos años en salas cuna y jardines infantiles buscaba hacerse cargo de ese continuo, partiendo desde la base.
 
La respuesta, entiendo, no era sólo un mecanismo que aseguraba una estimulación temprana de los sentidos y del aprendizaje significativo de los pequeños, intentando establecer parámetros comunes de desarrollo entre todos los infantes de la sociedad chilena, sino también se hacía cargo del principal fenómeno de cambio social de las últimas décadas, como ha sido la incorporación de la mujer al mundo laboral y los cambios en el seno del grupo familiar.
 
Estas nuevas dinámicas fueron atendidas desde una mirada que facilitaba esta nueva realidad, cautelando el desarrollo de los niños y al mismo tiempo de las jefas de hogar, particularmente en hogares más desfavorecidos donde, en la mayoría de los casos, ellas conducen el barco familiar. La realidad del post natal, puede ser que sirva para seguir fortaleciendo este punto, reforzar lo pre escolar y definir cuál es su vínculo y diálogo con la enseñanza básica y cómo se produce aquel puente que conecta significativamente en calidad, contenido, didáctica, innovación e infraestructura.
 
Un segundo ejemplo, es el paso de la educación media a la enseñanza superior.
 
Aquí no hay conversación. El sistema superior no le indica a la enseñanza media lo que requiere de ella, ni tampoco existe un sistema organizado que entregue apoyo a los jóvenes que empiezan a pensar en su futuro desde primero o segundo medio y que concretan -los que concretan- sus aspiraciones quizás en el segundo año de educación superior, cuando logran mantenerse y permanecer.
 
Ese proceso de tránsito, relevante para los jóvenes, para sus familias y el sistema escolar, es también crucial para la educación superior y para el país y no sólo puede ser mediado por una prueba de selección, que es un mecanismo cuya vocación es medir para filtrar. Año tras año esa realidad queda en evidencia, cuando el sistema superior invierte considerables sumas de dinero en nivelaciones, para asegurar un piso básico en el proceso de enseñanza y aprendizaje de los que recién ingresan.
 
Con la oferta existente hoy en educación superior en los más diversos ámbitos, se deben establecer parámetros elementales de evaluación, que aseguren un mínimo de competencias duras en aquellos aspectos elementales en que se forma el sistema escolar, pero también un conjunto de competencias blandas que permitan que los jóvenes puedan establecer sus elecciones con cierta seguridad de desenvolvimiento, por que tienen una actitud ante la vida, son perseverantes, conocen el mundo que los rodea y poseen, en general, aquellos aspectos de actitud y sociabilidad que les aseguran una integración temprana y sin traumas al sistema de educación superior, el que, dicho sea de paso, se supone organizado en torno a las demandas que el país requiere.
 
Hay un paradigma que construir y ese es un desafío que está hoy sobre la mesa. Es elemental para abordar el sistema educativo como conjunto y ver los claroscuros que aparecen de tanto en tanto, como las viejas porfiadas palabras de Galeano.