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La expansión del sistema universitario chileno se realizó demasiado rápido, con escasa planificación

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Por:  Andres Oppenheimer
 

Las protestas estudiantiles que paralizaron a Chile esta semana han sido vistas, en gran parte del mundo, como un síntoma del fracaso del sistema universitario abierto a la iniciativa privada que rige en el país. S

in embargo, son, en parte, el resultado del éxito del modelo y ,en parte, consecuencia de sus excesos.

Antes de examinar qué cosas se hicieron mal en Chile, recordemos que este país tiene uno de los mejores sistemas educativos de América Latina.

En el último test internacional Pisa de estudiantes de 15 años, en las disciplinas de matemáticas, ciencia y comprensión de textos, Chile obtuvo el primer lugar en Latinoamérica, muy por delante de México, Brasil y Argentina.

Con respecto a la educación superior, este país ha ampliado su cobertura educativa más que la mayoría de sus vecinos: el número de estudiantes universitarios en Chile ha aumentado de 200.000, hace dos décadas, a casi un millón en la actualidad.

Casi el 50 por ciento de los estudiantes chilenos en edad universitaria están en la universidad, un porcentaje superior al de la mayoría de los países de la región. Y más importante aún, el 70 por ciento de los estudiantes universitarios chilenos de hoy son hijos de personas que nunca asistieron a la universidad.

Pero la conclusión que saqué tras entrevistar a los líderes del movimiento estudiantil, académicos y funcionarios del Gobierno en días recientes, la fenomenal expansión del sistema universitario chileno se realizó demasiado rápido, con escasa planificación y sin suficiente regulación.

Chile permitió que las universidades privadas compitieran libremente con las estatales, pero no implementó la condición de que todas las instituciones privadas se adhirieran a altos estándares académicos, y eso condujo a la creación tanto de universidades privadas de primer nivel como de universidades mediocres.

Como la mayoría de los estudiantes de clase trabajadora que accedieron a las universidades no podían afrontar el pago de sus cursos, Chile adoptó un sistema usado en Australia, que permite que los estudiantes empiecen a pagar por su educación una vez que se gradúen y consigan un empleo.

Teóricamente, todo sonaba espléndido, pero los planificadores no tomaron en cuenta que, a diferencia de lo que ocurre en Estados Unidos o en China, donde las familias tienen el hábito de ahorrar para la educación universitaria de sus hijos desde que estos son pequeños, en Chile nunca existió una cultura familiar de ahorro para la educación.

Con la explosión de estudiantes de los últimos años, los nuevos graduados se encontraron con deudas de hasta $40.000 e incapaces de pagar sus préstamos estudiantiles.

Y como sus padres habían funcionado como garantes de sus préstamos, toda la familia se encontró con obligaciones enormes, lo que ayuda a explicar el amplio respaldo de muchos adultos al movimiento estudiantil.

Lo que es peor, a diferencia de lo que ocurre en Australia, donde a los graduados se les exige pagar un cierto porcentaje de sus salarios cuando consiguen un empleo, en Chile tienen que cumplir con una suma fija, independientemente de sus ingresos.

Los estudiantes universitarios de hoy –muchos de los cuales participaron en las protestas de alumnos de secundaria del 2006– se dieron cuenta de que estarían estrangulados financieramente en cuanto se graduaran.

Así que decidieron salir a la calle –esta vez con el apoyo de los profesores y los sindicatos– para exigir una educación universitaria gratuita.

“Por supuesto que tienen razón cuando exigen una educación más asequible”, me dijo el ministro de Educación, Felipe Bulnes, en una entrevista, agregando que el Estado no podría pagar una educación totalmente gratuita, especialmente para los sectores más ricos.

“La clave es determinar qué es posible y qué es imposible, y la velocidad con la que podemos avanzar”.

Hasta ahora el Gobierno del presidente conservador Sebastián Piñera ha ofrecido inyectar más fondos gubernamentales a la educación superior, bajar las tasas de interés de los préstamos estudiantiles y ofrecer becas a los estudiantes más pobres.

Pero los líderes estudiantiles, alentados por el apoyo popular, exigen más.

Camila Vallejo, la dirigente estudiantil de 23 años que ha fascinado a este país con su belleza y su carisma, me dijo en otra entrevista que la federación estudiantil también está exigiendo que el Gobierno prohíba la existencia de universidades con fines de lucro.

Vallejo, que es militante del Partido Comunista, agrego que su movimiento quiere “cambios estructurales” que acaben con “el modelo educativo neoliberal”.

Mi opinión: en el apuro por unirse al Primer Mundo y copiar los sistemas universitarios de Estados Unidos, Gran Bretaña, China e India –los países con las mejores universidades del mundo– Chile se apresuró demasiado. Un poco de gradualismo hubiera sido mejor.

Los estudiantes tienen razón al exigir que el Gobierno haga algo para resolver la situación financiera de los graduados, y que haya mayor regulación del sector. Sin embargo, estos excesos pueden corregirse sin copiar los desastrosos sistemas universitarios estatistas de varios países de la región.

Si los excesos del libre mercado educativo se resuelven, Chile saldrá de este trauma convertido en un país mejor.



Periodista - Columnista de The Miami Herald y El Nuevo Herald