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Acreditación universitaria

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 Por: Soledad Concha

Es de público conocimiento -y un acuerdo transversal- que el actual sistema de acreditación de carreras e instituciones universitarias necesita ser modificado. Las razones para hacerlo, sin embargo, no han sido debatidas en detalle, lo que pudiera explicar que las actuales propuestas de mejoramiento eludan cuestiones clave que impiden al actual sistema abordar la calidad de la formación universitaria. 

 El debate hasta el momento ha estado centrado en la necesidad de evitar eventuales conflictos de interés entre acreditadores y acreditados, así como en falencias respecto del tipo y cantidad de información que entrega actualmente el sistema. Sobre lo último, por ejemplo, el acuerdo GANE propuesto por el gobierno sugiere para las acreditadoras la labor de entregar detalles económicos de las instituciones, haciendo de la acreditación una oportunidad para exhibir sanidad y transparencia en las movidas financieras de las mismas.

 Se ha dicho algo también respecto de la capacidad del actual sistema de evaluación para discriminar entre las instituciones, pues hoy parece relativamente fácil acreditarse, no obstante la sospecha instalada respecto de la calidad de algunas de las universidades o carreras que han podido alcanzar dicha acreditación. Sin embargo, muchas cuestiones clave quedan todavía sin discutir y que tienen relación directa con la capacidad de este sistema de poner presión en la calidad de la formación universitaria, a la manera en que lo han hecho con los colegios el SIMCE o la PSU.

 Entre otros, un elemento clave que no ha permeado el debate público son los criterios con los que se evalúa a las carreras. En la actualidad, por ejemplo, el desempeño o aprendizaje de los estudiantes no es un factor que se utilice para determinar la calidad de la institución en cuestión. Asimismo, no es posible actualmente determinar la idoneidad de los académicos en sus labores de docencia. Es decir, la acreditación actual no analiza cómo se enseña o si es que se aprende en las carreras.

 De mi conocimiento más directo, una carrera de educación, por ejemplo, debe demostrar que posee cursos en determinadas áreas, pero no es posible para el evaluador externo conocer el detalle de los contenidos que se imparten en dicho curso, ni menos la efectividad de los procedimientos de enseñanza que se utilizan. En otras palabras, le basta a la acreditación un relato respecto de las mallas curriculares disponibles, lo que naturalmente impide una exploración atenta del tránsito entre los dichos y los hechos.

 Es más, el procedimiento actual de acreditación no mide la calidad de la docencia universitaria ofrecida en relación con un determinado estándar de funcionamiento, sino por la vía de triangular los discursos de los distintos involucrados. Dicho de otro modo, pregunta a los directivos, a los académicos, estudiantes, egresados y empleadores respecto de la enseñanza impartida y comprueba que sus dichos son coherentes entre sí, sin contrastar dichos discursos con una medida de calidad de la docencia predeterminada o estandarizada.

 Distintas razones se podrán esgrimir para perpetuar los procedimientos de acreditación que tenemos hoy, entre las cuales estarán por supuesto los costos de una evaluación más acuciosa de la calidad de la formación recibida por los estudiantes de una determinada carrera. Es evidente, sin embargo, que avanzar hacia un sistema de evaluación “de nivel micro”, centrado en la enseñanza y el aprendizaje, es absolutamente urgente si lo que se quiere es en realidad acreditar calidad.